lunes, 31 de agosto de 2015

Los piringundines de la 25 de Mayo

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El portero se mantenía atento bajo la lamparita roja o el cartel de neón. Apenas veía algún grupo de giles que avanzaban distraídos se cruzaba y los invitaba a pasar un momentito y ver lo maravilloso que era ese piringundín de la calle 25 de Mayo. (Piringundín: Argentinismo. Bar de ínfima categoría, generalmente sucio y con mal aspecto. Sinónimo: tugurio)
Adentro unas quince mujeres que sumaban no más de veinte dientes se abalanzaban sobre los visitantes tomándolos por el brazo como quien retiene una presa, pidiéndoles algún chicle (de allí lo desdentadas) y ofreciendo bebidas espirituosas a precios de otro planeta. Si pintaba que el cliente era nabo o menor de edad, el mismo portero que te había hecho entrar te sacaba con un voleo en el culo digno del mejor delantero de la selección nacional. De lo contrario todo riesgo era tuyo. A lo sumo y con mucha suerte encontrabas una hermosa morocha en la barra que te contaba la vieja historia de pagar sus estudios universitarios con ese laburo y que al preguntar el precio nos dábamos cuenta que quería ir a Hardvard.
Las "coperas", tal como era su calificación profesional, se dedicaban a tocar y dejarse tocar mientras el cliente ingería grandes cantidades de bebidas alcohólicas y ellas otros tantos cocktails aguados que costaban el doble. Si lograban calentar el ambiento lo suficiente, el cliente podría tener su dosis de sexo en una piecita del fondo o en algún hotelucho de las inmediaciones.
Pero los locales no aparecieron de la nada y obedecen a que en alguna remota época de nuestra querida ciudad el desmesurado aumento demográfico nacido por el fenómeno inmigratorio de finales del siglo XIX y principios del XX provocó que la mayoría de los recién llegados fueran hombres jóvenes y solteros que arribaban solos y sin ninguna atadura familiar.


El historiador Edgardo Rocca señala que “la creciente rivalidad por conquistar y poseer una mujer en esos años exigía la misma energía que para poder defender la propia”. Con semejante estado de cosas, las autoridades de la ciudad de Buenos Aires decidieron flexibilizar las leyes referidas al comercio sexual. En lo formal se legalizó la actividad bajo ciertas pautas tributarias y sanitarias, aunque en la realidad el grueso de las prostitutas prefirieron trabajar en forma absolutamente clandestina, así como los personajes o establecimientos que las explotaban.

Hasta finales de la década de 1970 existieron todo tipo de burdeles dispersos por distintos barrios porteños, pero los más famosos se encontraban en El Bajo porteño, nombre que aún hoy sirve para designar el rectángulo formado por la Avenida Leandro N. Alem (antes Paseo de Julio), la Avenida Corrientes, la calle 25 de Mayo y la Avenida Rivadavia.
Los tugurios se concentraban en El Bajo por su antiguo perfil portuario dado que desde los tiempos de la colonia hasta el decenio de 1880 fue un sitio costero donde desembarcaba el pasaje y las tripulaciones de los barcos, incluso de 1890 en adelante continuó con esa misma condición gracias a la inútil y costosa construcción del Puerto Madero.


La actividad gastronómica resultaba ser la más apropiada para disimular el funcionamiento de un lupanar, de tal forma que surgieron decenas de cafés mal iluminados (llamados cantantes), bares conocidos como dancing, teatros del “género alegre” con servicio de bebidas y otros sitios del mismo tipo que en realidad ocultaban la existencia de antros que atraían a esos miles de hombres solos que recorrían las orillas de la ciudad.
Los diarios comentaban cosas tales como:
“Municipales – Desalojo  de Cafetines – Con motivo de la denuncia formal presentada por un número notable de vecinos contra los frecuentes desórdenes y actos de inmoralidad que se producen en los cafetines  de  la  calle  25 de Mayo,  el  Intendente  ha recomendado a la Inspección General que haga cumplir estrictamente las disposiciones de policía que prohíben que las camareras se sienten en compañía de los clientes o se estacionen en las puertas de la calle” (La Nación, 14 de octubre de 1900).  
Para 1885, sobre la calle 25 de Mayo (llamada Del Fuerte hasta 1822) se encontraban los cafés de Francisco Pedemonte, R. Lacrozata, Eduardo Barde, Pedro Fuentes, Francisco Bruni, Bruno Lassimis, José Bonadeo y N. Eufemia. Con el correr de los años, algunos de ellos pasaron  directamente al género de los denominados Templos Picarescos. Uno en particular acredita dilatada historia con diferentes  gracias:  originalmente  se  llamó  El Cosmopolita , luego Roma, más tarde Parisina y finalmente Teatro Ba-Ta-Clán, entendiendo que entre cada uno existieron cierres, reaperturas y reformas. Pero el espíritu era siempre el mismo.



Con el tiempo muchos cambios fueron haciendo desaparecer la imagen sórdida y escandalosa de “zona roja” que pesaba sobre El Bajo. El cambio de las leyes sobre la prostitución que se sancionaron a partir de 1930, el fin de los burdeles formalmente legalizados, el lento abandono del fracaso e inútil  Puerto Madero como terminal de pasajeros y mercaderías y, sobre todo, el impulso bancario y de oficinas que fue tomando la zona, fueron las principales razones que lograron la extinción de aquellos escondrijos mal disimulados como bares  y  cafés,  uno  tras  otro,   hasta el cierre definitivo del último de ellos.   Muchos se reacomodaron como Bares como el Orleans sobre Av. Córdoba, casi frente a las Galerías Pacífico, al amparo de algún político quedado en las prácticas del pasado, pero ya con un perfil mucho menos popular y con precios de Barrio Norte.
Sin embargo, los viejos piringundines del Bajo quedaron por siempre atados a la memoria del formidable proceso de inmigración y también son parte de nuestra historia.

 Taluego

Fuente: Consumos del ayer

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