jueves, 24 de noviembre de 2016

Vivian Maier, millonaria en la pobreza

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Si usted como yo tiene algún pasatiempo relacionado con el arte, es muy posible que aprecie la historia que estoy por contarle. Básicamente se trata de una persona que tenía un empleo muy banal y practicaba un arte que mucho tiempo después fue correctamente reconocido como tal. Su entrega a este pasatiempo era total, pero no le dejaba tiempo ni dinero como para completar la tarea con la difusión y el trabajo final. ¿Qué trabajo final? Pues nada menos que el revelado y copia de miles de fotografías que estuvieron a punto de ser destruidas por el tiempo y por el olvido.

La fotógrafa se llamaba Vivian Maier, una norteamericana nacida en Nueva York, el 1 de febrero de 1926 y fallecida en Chicago, el 21 de abril de 2009. Su profesión era la de niñera, como tantas otras mujeres que había en Chicago. Trabajó como tal durante cuatro décadas sin percatarse que su vocación era otra y que tenía el talento suficiente como para vivir de ella.
Era hija de una familia de refugiados judíos, su madre era francesa y su padre austriaco, así que su niñez la vivió a caballo entre Francia y Estados Unidos. 
Pero esos datos pueden resultar fríamente biográficos y tal vez sea mucho más interesante remarcar que cuando su padre la abandona en 1930, ella se va a vivir con la fotógrafa surrealista Jeanne J. Bertrand lo que probablemente sea el hecho más significativo de su historia, ya que uno puede suponer que fue esta convivencia la que despertó en Vivian Maier su “afición” por la fotografía.


Para cuando cumplió sus 25 años se trasladó a Nueva York y más tarde, en 1956, se radicó en Chicago lugar de donde nadie la sacaría jamás. Fue la niñera de una familia del North Side (Chicago) y como podemos darnos cuenta, hasta ahí todo apuntaba a una vida corriente, como la de cualquier otra persona. Pero a veces las apariencias engañan y esta coleccionista de libros de arte y recortes de diario, no era corriente para nada. Viajó sola en 1959 por Egipto, Bangkok, Tailandia, Taiwán, Vietnam, Francia, Italia e Indonesia. En cada lugar tomaba fotos sin parar, apenas si revelaba algún carrete, como si no le importase ver el resultado, o simplemente, quizá es que no había dinero restante como para hacerlo.


Posiblemete el dinero, o la falta del mismo, haya sido su talón de Aquiles, ya que incluso en sus últimos años vivió en una casa alquilada que le costeaban los tres hijos de la familia Ginsberg que Maier había cuidado cuando eran pequeños. Esta buena gente se ocupo de ella hasta su muerte en 2009.
Triste final, en diciembre de 2008 se había resbalado en el hielo mientras caminaba y se había golpeado la cabeza. Debió ser ingresada a una residencia de ancianos en Oak Park, donde era atendida en sus limitaciones hasta que falleció meses después a la edad de 83 años.


Pero fueron muchos de esos 83 años de producción ininterrumpida. Rollos y rollos de fotos sin revelar que se habían acumulado a la espera de que alguien los descubriera.


Para el caso en 2007 un jóven historiador llamado John Maloof estaba buscando información para escribir un libro de historia sobre Chicago NW Side llamado Portage Park y acudió a una subasta donde compró un archivo de fotografías por unos 380 USD. Eran todas de Vivian Maier. La casa de subastas había adquirido sus pertenencias de un almacén guardamuebles porque había dejado de pagar las cuotas.


Maloof comenzó a revisarlo y lo desechó para su investigación. Decidió revelar una parte y revenderla en Internet. Fue entonces cuando el reputado crítico e historiador de fotografía Allan Sekula se puso en contacto con él para evitar que siguiera dispersando aquel material prodigioso y lleno de talento. Maloof, ahora consciente del tesoro rescatado prácticamente de la basura, empezó un minucioso trabajo de investigación, recuperación y protección del archivo de Vivian Maier. Aquello le movió a hacer fotografías similares. Compró la misma cámara Rolleiflex que tenía Vivian Meier y fue a los mismos lugares para hacer las mismas tomas.


Investigó sobre su vida y localizó una tienda de fotografía llamada Central Camera donde Vivian solía acudir a comprar rollos de película. Prefería los carretes extranjeros en lugar de los estadounidenses.


Gracias a la familia Gensburgs, para la que Vivian había trabajado durante diecisiete años, John Maloof pudo recuperar dos cajones grandes que iban a ser tirados a la basura. Contenían correspondencia, recortes de periódico y carretes fotográficos en color. De los 100.000 negativos, unos 20.000 o 30.000 todavía estaban en los carretes sin revelar desde 1960 a 1970.  Maloof consiguió revelar los carretes con éxito. Los negativos que había revelado Vivian estaban colocados en tiras y tenían la fecha y la localización escritas en francés. John Maloof buscó más información en internet y encontró que había fallecido dos días antes de la búsqueda.


En noviembre de 2010 habían escaneado 10.000 negativos y tenían pendientes de escanear otros 90.000. También quedaban unos cientos de carretes en blanco y negro y unos 600 carretes de color por revelar. Su trabajo muestra escenas callejeras de Chicago y Nueva York en las décadas de 1950 y 1990.


Hasta ese momento su obra había permanecido oculta, y ahora , luego del descubrimiento, publicidad y exposiciones, su trabajo es comparado al de los grandes fotógrafos como Diane Arbus, Robert Frank y Helen Levitt. Su fama no ha parado de crecer, se han hecho exposiciones dentro y fuera de Estados Unidos, se han publicado libros con y sobre su trabajo. Incluso Maloof realizó, un documental llamado Finding Vivian Maier que concursó a los Oscar de 2014 en la categoría de Mejor Documental y puede verse de tanto en tanto en las cadenas de cable.


Se caracterizó por ser una fotógrafa capaz de mostrar la realidad de una manera formal o porque sus instantáneas muestran la existencia de la gente corriente que se encuentra en la calle, a veces con su consentimiento; otras, a escondidas, o porque mira de igual a igual a cada una de las personas retratadas. Sus fotos tienen una aparente dulzura que contrasta a la vez con la dura realidad de las condiciones sociales de la Norteamérica de los años cincuenta.


Era una observadora incansable de los demás, pero también de sí misma, como queda patente por la cantidad de selfies que se hizo,  En muchas de ellas se muestra a sí misma con su cámara Rolleiflex colgada, reflejada en los escaparates o en los espejos, quizá como una manera de afirmar que se consideraba fotógrafa de profesión y la de niñera era un pasatiempo.


El hecho de que esos negativos que permanecieron escondidos hayan visto la luz casi a la hora de su muerte y que se los den a conocer al público, plantea otro debate muy interesante, ¿es lícito? Desde luego, pero ¿es ético? John Maloof se ha enriquecido gracias al trabajo artístico de una persona muerta ¿Qué pensaría ella de hacer pública una obra que guardó para sí misma. 

Yo creo que no era consciente de lo buena que era en lo suyo, ni tenía los medios para darse a conocer.

Como muchos artistas que conozco.

Taluego.

Fuentes: http://www.descubrirelarte.es/ y Wikipedia

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