jueves, 13 de junio de 2013

Todos somos inmigrantes

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Entre 1880 – 1914 ocurrió uno de los acontecimientos que transformaron a nuestro país : la primer gran ola inmigratoria. Sin ella no sería posible la Argentina actual. Además no hubo otro período en el que la proporción de extranjeros en edad adulta haya sido tan alto; por más de setenta años, el 60% de la población de la Capital Federal y casi el 30% en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, correspondían a inmigrantes. Todo debido a una política inmigratoria abierta que intentaba hacer grande a nuestro despoblado país.

Hasta el año 1880, se había intentado promover la agricultura, la ganadería y la red de transportes a través de las políticas de poblamiento, para recién luego industrializar el país. Dentro de la diversidad de la corriente inmigratoria existente hasta entonces, casi la mitad provenía de Italia, especialmente del sur, y una tercera parte de España.

A partir de 1880, arranca una segunda etapa mediante la que se buscó mano de obra para una producción agrícolo–ganadera masiva, pero contra todas las promesas casi ningún inmigrantes logró convertirse en propietario. Ante el fracaso del plan de adjudicación de tierras, el inmigrante se transformó en arrendatario o peón y terminó buscando comodidad ejerciendo sus oficios en los centros urbanos. No se pudo poblar el interior pero igualmente, al ser la inmigración mayoritariamente masculina, terminó ocupándose de actividades rurales, lo que por suerte ayudó al desarrollo de una economía agrícola que logró convertirnos en el principal exportador de trigo en el mundo cuando, hasta 1870, lo importábamos casi en su totalidad .


Ya entre 1902 y 1910, ocurrieron cambios sociales que produjeron fuertes fisuras en el sistema político. La guerra en Europa aumentaba la entrada de inmigrantes que buscaban refugio, pero la guerra del ´14 no sólo interrumpió ese flujo inmigratorio, sino que también convocó a las filas europeas a quienes ya se habían asentado en nuestro país, por lo que existe un saldo inmigratorio negativo en el período 1914–1918. De todas formas aquí quedaron los hijos de los extranjeros de las primeras olas, dispuestos tanto al ascenso social como a la participación política. Unos pocos de ellos ya habían obtenido títulos universitarios, los que sumados a la actividad de sindicalistas anarquistas, provocaron las tensiones que nos caracterizaron a principios del siglo XX.


En las ciudades la población se duplicó. Y fue la clase media la que contó con mayor desarrollo, gracias a la contribución de los extranjeros; ya que en ella crecían los sectores bajo patrón (empleados, funcionarios, técnicos). Al mismo tiempo en los centros urbanos se acentuó el ascenso social, favoreciendo la integración de todos los niveles sociales vigentes.


Los historiadores mencionan que “entre 1881 y 1914, algo más de 4.200.000 personas arribaron a la Argentina. De entre ellos, los italianos eran alrededor de 2.000.000; los españoles, 1.400.000; los franceses, 170.000; los rusos, 140.000″.
Con estos interesantes datos resulta bueno recordar la parte más amable de ésta historia y  presentar de la mano de Daniel Balmaceda parte del Manual del Inmigrante, difundido por las compañías de inmigración en Italia, allá por el año 1902 (publicado por Diego Armus en “Manual del emigrante italiano”, 1983), que pretende informar cuáles eran algunas de las normas de conducta en el país que les abría sus puertas. 
Estos son los diez consejos que nos trae a través del tiempo:


1. Cuando una banda musical entona el himno nacional, todos los presentes se descubren la cabeza en señal de reverencia.

2. A cualquier mujer, sea una dama o una lavandera, se le dice habitualmente señora. Llamar a una donna del pueblo mujer, no suena bien ya que equivale a decir hembra.

3. Para llamar a la gente en la entrada de la casa, o cuando la puerta está abierta, no se golpea ni se grita, se baten tres veces las palmas de las manos.

4. Para llamar a un carruaje o para avisar desde lejos al conductor de un tranvía para que se pare no se dice “pss, pss, pss”, sino “psciiio, psciiio”.

5. En los cafés o en las confiterías hay siempre un lugar especial para las señoras. Son admitidos sólo los hombres que las acompañan.

6. En un café o restaurante se llama al camarero batiendo las palmas dos veces y agregando inmediatamente la llamada de “¡mozo!” que quiere decir camarero. No se golpea sobre la mesa o el vaso.

7. En la platea de teatros y cines no está permitido, ni siquiera a las mujeres, llevar el sombrero puesto ya que se impedirá a los otros ver la escena.

8. No se fuma ni en los tranvías, ni en la plataforma. El aviso “está prohibido salivar” significa vietato sputare.

9. Para pedir socorro a un policía (vigilante), que es también un guardia de ciudad (para los casos urgentes de incendio, robo, heridas, violencia, etc.), se silba con un pito de plomo que muchos acostumbran llevar en el bolsillo.

10. Por la calle no se camina fuera de la vereda: de hacerlo recibiría el calificativo de “atorrante”, que equivale a mendigo.


taluego
auf wiedersehen
до свидания
arrivederci
さようなら
להתראות
再見
Goodbye
elveda
...

Fuentes :  http://www.argentina.gob.ar/pais/poblacion/49-inmigraci%C3%B3n.php
http://blogs.lanacion.com.ar/historia-argentina/familias/consejos-para-inmigrantes-en-1902/

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El artículo Todos somos inmigrantes fue publicado por OPin el jueves, 13 de junio de 2013. Esperamos que le sea de alguna utilidad o interés. Gracias por su visita y no olvide dejar su comentario antes de partir. Hasta el momento hay 0 comentarios: en el post Todos somos inmigrantes

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