lunes, 19 de septiembre de 2016

El Acero de Damasco

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Con el tiempo uno se va sorprendiendo con cosas que en realidad están allí hace miles de años. Un creador de chuchillería argentino me hizo prestar atención a lo arbitrario de los diseños de hoja que obtenía con un método de forja que se había perdido muchos años atrás. Los cuchillos de Montenegro tienen esa magia perdida hace rato.
Es que el Acero de Damasco es en sí mismo una pequeña obra de arte. Se trata de un hierro al carbono, y es este último elemento el que hace aparecer en la superficie el diseño conocido como “escalera de Mahoma”, unas ondas oscuras que se forman luego del revelado con ácido del material y a lo largo de la pieza otorgándole una alta calidad estética.
Con la misma finalidad estética se solían añadir grabados o dorados con inscripciones, y los accesorios que acompañan las piezas se realizaban a partir de materiales de lujo, como terciopelo, maderas nobles o marfil. 
Recibe su nombre por el lugar donde fue descubierto por los templarios durante las Cruzadas, aunque mucho antes ya se creaban armas de este material en diferentes lugares de Oriente.  
Claro que el acero de Damasco no ha sido la única aleación hierro-carbono (con alto porcentaje del segundo) conocida a lo largo de la historia para la fabricación de armas; otros, como el de la falcata ibérica o el de la katana japonesa, son ejemplos de calidad en el campo bélico debido a las características de sus hojas.

Además de la belleza de las hojas existía un gran misterio rodeando al acero de Damasco (damasceno o damasquino) ya que, incluso con la tecnología, actual, sólo hace unos poco años se ha podido reproducir la técnica exacta con que fue fabricado originalmente; los profesores A. J. Criado y J. A. Rodríguez de la Universidad Complutense de Madrid han llegado a fabricar algunos ejemplares de este acero obteeniendo la patente para la Universidad.


La aleación base preparada para su forja se llamó tradicionalmente wootz, y surgió en la zona de la India y Sri Lanka, alrededor del año 300 a. C. En China, entre el 200 a. C. y el 220 d. C. se produjeron otros aceros con alto contenido en carbono y que se elaboraban durante la época de los monzones, aunque será mucho más tarde cuando adoptarán el wootz. No es hasta el año 900 de nuestra era que se encuentran documentadas en Siria algunas armas creadas con esta aleación. Como se puede observar, es en el sur de Asia donde existe un gran auge de los aceros.


Cerca del siglo IV a. C., en la Península Ibérica aparece la falcata forjada a partir de una aleación de hierro con impurezas de carbono, un arma muy codiciada en todo el Imperio Romano. Otras armas creadas a partir de aleaciones similares, con más o menos contenido en carbono, fueron creadas en la zona del noreste de África hacia el 1400 a. C.
El proceso de forja del acero de Damasco se llevaba a cabo en Siria así como en Persia, de donde llegaban las piezas de wootz. El wootz se extendió junto con el Islam, llegando a lugares como la actual Rusia.


Para la creación del wootz el herrero calentaba la mezcla de materiales en un crisol hasta los 1.200 ºC, cuando el hierro aún se encuentra en estado sólido, pero su estructura cristalina cúbica centrada en las caras le permite incorporar los átomos de carbono para formar la aleación. Este wootz se comercializaba en forma de coladas de pequeño tamaño, ya preparado para ser trabajado y reconvertido en las hojas afiladas y bellas que actualmente podemos encontrar en muchos museos del mundo.


Pero no sólo el contenido de la aleación era importante a la hora de encontrar las mejores características para la forja de armas y otros objetos, sino también los tratamientos térmicos que se les aplicaba.
Los tratamientos térmicos que se llevaban a cabo para la creación de armas con acero de Damasco se pueden dividir en cuatro etapas: un primer calentamiento del wootz a 650-850 ºC para una descarburación superficial; la forja en caliente para repartir los carburos de hierro; un segundo calentamiento a 750-800 ºC y, finalmente, se procedía al temple en que se elevaba la temperatura hasta llegar a la transformación de fases de baja temperatura en fases de alta temperatura, volviendo el metal más duro y tenaz; es necesario un descenso muy rápido de la temperatura para estabilizar las fases y, por ello, este enfriamiento se solía llevar a cabo con agua o aceite. Posteriormente se solía realizar un tratamiento químico con el objetivo de endurecer la superficie de la hoja; es también este tratamiento lo que permitía volver más visibles las formas de la “escalera de Mahoma” de la que ya hemos hablado, dando un nuevo acabado más estético.


Los herreros de la época se guiaban sobretodo por el color que adoptaba el metal al calentarlo, el control del tiempo transcurrido en cada uno de los tratamientos, la propia experiencia empírica y los resultados obtenidos en cada proceso. También se guiaban por el aprendizaje tradicional a la hora de llevar a cabo el proceso de temple, un aprendizaje que podía ser más o menos místico: algunos creían que era necesario templar el metal en la orina de un niño pelirrojo o en la de una cabra que sólo hubiese sido alimentada de helechos, por ejemplo.



CARACTERISTICAS

Las hojas de acero de Damasco son de un color azul mate de fondo, y se caracterizan por una muy elevada resistencia a la compresión y una gran tenacidad, necesaria para resistir los golpes y evitar la rotura.

Se trata de una mezcla en fase de dos materiales cristalinos de granos esféricos y muy finos, proporcionando así una excepcional resistencia al cuarteado. Los enlaces metálicos, en este caso, no son direccionales, constituyendo redes cristalinas cúbicas centradas en las caras.

El acero de Damasco suele contener entre el 1,4 y el 2,1% de carbono en masa, lo que supone un alto contenido del mismo, y depende del temple y del ataque químico final (baños en ácidos) el hecho de que presente la “escalera de Mahoma”, formada por carburos de hierro que sólo se hace visible al final del proceso, siendo causada por la dispersión de la cementita que provoca el proceso de forja.

Se han podido diferenciar tres tipos de aceros de Damasco mediante investigaciones sobre la superplasticidad en los aceros con ultra-alto contenido en carbono: el genuino, el genuino sin marcas superficiales (donde situaremos los UHCS patentados) y el soldado con diferentes orígenes estructurales o metalúrgicos.

Así pues, podemos decir que la avidez de los herreros europeos de la época de las Cruzadas en recrear armas en acero de Damasco se sustentaba, no sólo en su fama y valor económico, sino también en su valor bélico ya que, por su durabilidad y sus características físico-químicas, este material era adecuado para su utilización en la industria bélica del momento.

Fuente: http://unicum.cat y http://www.montenegroknives.com.ar

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